Entre la pobreza material y la riqueza cultural viven los niños de los talleres literarios “Mi barrio en letras. La iniciativa de la Fundación Literaria Aníbal Montaño (FLAM), es quizás la labor más noble que una entidad pueda realizar en servicio de los más necesitados.
Con más necesidades que juguetes, los niños poetas de San Cristóbal no sueñan con ser empresarios o banqueros, sino grandes escritores en el mañana. Sus días comienzan desde temprana horas, el cuaderno y la libreta son sus inseparables compañeros.
Antecedentes
“Mi barrio en letras” es una iniciativa de Ysabel Florentino, presidenta de la FLAM y Ramón Mesa vicepresidente, quienes han visto en estos niños habilidades que otros no ven. “trabajar junto a estos niños es buscar una forma de alejarlos de la delincuencia y de todos esos males que les rodean”, son palabras de Mesa.
“Mi barrio en letras” es una iniciativa de Ysabel Florentino, presidenta de la FLAM y Ramón Mesa vicepresidente, quienes han visto en estos niños habilidades que otros no ven. “trabajar junto a estos niños es buscar una forma de alejarlos de la delincuencia y de todos esos males que les rodean”, son palabras de Mesa.
La Fundación Aníbal Montaño inició su labor en 1997 y desde ese entonces ha cambiado la forma de ver la cultura.
Sus promotores señalan que la idea no es hacer cultura para todos es hacer cultura con todos.
Estos niños han sustituido la muñeca y el carrito por libros de Mateo Morrison y Farah Hallal a quienes dicen admirar por la forma en la que escriben. Estos pequeños escritores encuentran en el barrio, en las márgenes del río y en los ventones que arrastra la lluvia al caer en sus techos, sus musas predilectas.
Letras sin abolengo
La FLAM ha demostrado a lo largo de más de una década de existencia que se puede hacer el trabajo aún con aquellos que provienen de los estratos más humildes de la sociedad. Aquellos que no se pueden presentar en los centros culturales del país encuentran un espacio en la FLAM.
La FLAM ha demostrado a lo largo de más de una década de existencia que se puede hacer el trabajo aún con aquellos que provienen de los estratos más humildes de la sociedad. Aquellos que no se pueden presentar en los centros culturales del país encuentran un espacio en la FLAM.
Actualmente en la región Sur existen varias comunidades donde la FLAM ha llevado este proyecto. La mayoría de los talleres están localizados en San Cristóbal y Baní, en las casas y barrios de los coordinadores Leidy Santana es una joven dedicada a las letras, con solo trece años esta novel poeta cuenta con dos poemarios.
La realidad que le ha tocado vivir en su humilde hogar es parte de su musa.
“Yo escribía desde antes de estar en la fundación, pero fue cuando entre a la FLAM cuando adquirí las herramientas que me han permitido mejorar mis habilidades como escritora. Todavía recuerdo el momento en que me integré a los talleres, Mesa me preguntó, ¿Qué haría con una escalera? Yo le respondí que con ella bajaría hasta lo más profundo de mi alma”, expresó.
Arcelis de la Rosa al igual que su hermana Leidy es poeta, apena cursa el primero del bachillerato pero está llena de utopías y anhelos.
Con una vocecita tierna y con los ademanes que caracterizan a los poetas dice que cuando sea adulta quiere realizar varias carreras aunque su favorita es la pediatría, pues así puede ayudar a los niños.
“La experiencia de escribir es muy bonita, en la escuela mis compañeros me piden que lea mis poesías. Hay quienes dicen que muchos de mis escritos son un poco fuertes para mi edad”, explica la joven poeta.
Muchos de los padres de estos niños son los principales promotores de los talleres literarios. Minerva Lara, madre de Leidy y Arcelis manifiesta sentir regocijo, pues de esta forma sus niñas aprenden algo que ella no le puede enseñar.
“Es muy bonito ser una de las primeras personas a quien ellas leen esos poemas, aunque muchas veces no entiendo que quieren decir pues utilizan un lenguaje muy avanzado”, narra la señora.
Barrio Nuevo, es el sector donde viven estas dos poetas, allí la delincuencia, la contaminación del rio Nigua y la falta de centros educativos son parte de su diario vivir.
Las adolescentes coinciden en que si tuvieran la oportunidad de pedir algo para su comunidad sería una escuela y un club deportivo para los jóvenes.
El sonido estridente que se desprende de las bocinas de uno de los colmados del sector Madre Vieja Norte hace casi imposible que se pueda escuchar la vocecita de la pequeña Dayrobel Ramírez, quien a sus onces años ha escrito más de cien poemas.
“Yo escribo sobre cosas diversas.
Cuando me llega una idea voy corriendo y busco una libreta y un lápiz para plasmar lo que siento”.
Pedro Celestino Ramírez, es el padre de Dayrobel, expresa no tener un trabajo fijo y que es “chiripeando” en las calles como consigue el sustento de su familia.
“Quiero que mis hijos aprendan algo para que no pasen lo que yo he pasado al no saber de letras. Me agrada que Dayrobel esté haciendo lo que le gusta pues esa es la única forma de construir un mejor futuro”.
Allí también nacen escritores
“En las proximidades del río Nigua, en medio de la alambrada y los cuellos de botellas, en casa de madera techada de zinc, donde el asfalto de las calles se esconde bajo la negra marea que arrastra el río al caer la lluvia. Allí también nacen escritores”, señala Ramón Mesa quien ha depositado toda su esperanza en estos niños escritores.
“En las proximidades del río Nigua, en medio de la alambrada y los cuellos de botellas, en casa de madera techada de zinc, donde el asfalto de las calles se esconde bajo la negra marea que arrastra el río al caer la lluvia. Allí también nacen escritores”, señala Ramón Mesa quien ha depositado toda su esperanza en estos niños escritores.
Según datos ofrecidos por Isabel Florentino, actualmente existen 19 talleres diseminados en diferentes puntos de la región Sur.
“Es difícil conseguir ayuda para este tipo de organización son muchas las puertas que nosotros hemos tocado, pero son pocas las que se abren. Muchas personas si no sienten que van a obtener un beneficio directo no invierten su dinero”, expresa Florentino.
Gran parte de estos niños son hijos de chiriperos y ama de casas, recorren kilómetros para ir a la escuela.
En muchos de sus hogares ni siquiera comen tres veces al día, pero aun así mantienen viva la esperanza y el deseo de ser alguien en el mañana.
Maritza Martínez Pozo es coordinadora de uno de los talleres en el sector Madre Vieja Norte. Confiesa haber visto un reportaje acerca de la FLAM en televisión y desde ese momento sintió el deseo de que sus hijas participaran en la organización literaria.
“Cuando yo vi el trabajo que realizaba esta organización junto a estos niños, sentí un gran interés de que ellos vinieran a mi comunidad.
Ellos me pusieron la meta de conseguir diez niños para iniciar el proyecto en el sector y yo conseguí 20. Me siento muy bien de que mis hijas sean participes de esta iniciativa. Mi mayor anhelo es que cada una de ella publiquen su libro”.
Gesmalin Álvarez de solo diez años es la más pequeña de las hijas de Maritza, quien inspirada en los versos del fenecido poeta, Pedro Mir, escribió “Hay un barrio en el mundo”, un poema que retrata la realidad que atraviesa su sector y la gente que vive en él.
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LOS TALLERES POR DENTRO
Según sus organizadores, cada taller tiene entre 20 y 25 niños con edades comprendidas entre los 5 y 16 años. Cada jornada tiene una duración de dos a tres horas. Los días en que suelen reunirse son miércoles, viernes y sábado. Los géneros literarios que trabajan son la poesía y el cuento. El primero de los géneros que ellos aprenden es la poesía y cuando tienen dominio de este género entonces se les enseña a trabajar el cuento.
LOS TALLERES POR DENTRO
Según sus organizadores, cada taller tiene entre 20 y 25 niños con edades comprendidas entre los 5 y 16 años. Cada jornada tiene una duración de dos a tres horas. Los días en que suelen reunirse son miércoles, viernes y sábado. Los géneros literarios que trabajan son la poesía y el cuento. El primero de los géneros que ellos aprenden es la poesía y cuando tienen dominio de este género entonces se les enseña a trabajar el cuento.
La mayoría de ellos tienen de uno a tres poemarios escritos. Cuando estos han creado un número considerable de poemas, entonces sus profesores les imprimen el poemario.
En todos los casos son los propios niños quienes titulan y organizan la obra, los maestros solo verifican si hay alguna falta ortográfica.
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